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Phoracantha se encadenó en 1983 a las encinas de Cáceres

 
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A finales de mayo de 1983 sonó mi “garganta profunda” particular de la mesa de redacción del diario El País, donde trabajaba. Conocía al que llamaba, del día en que, cuatro años antes, habíamos llevado a Eduardo Merigó, Subsecretario de Medio Ambiente del MOPU de cuya cartera era titular Joaquín Garrigues, y al presidente del CSIC, a ver lo que estaban haciendo las máquinas del ICONA en las laderas de Monfragüe.

Fue subirlos al castillo y desde allí divisar los cientos de hectáreas de tierra roja descarnada por las terrazas que llegaban hasta el embalse, para ganar aquella batalla. Por si el desastre no fuera bastante para convencerles, nuestro anfitrión Suso Garzón preparó una salida en lancha para acercarnos a los cortados más secretos, accesibles desde el agua, en los que nos quedamos atónitos viendo cientos de aves de presa y buitres sobrevolar nuestras cabezas. Quien puso la lancha, lo mismo que la casa del poblado de la presa de Torrejón donde vivía Suso, los vehículos y muchos otros recursos del MOPU, al servicio de la campaña de Suso para salvar Monfragüe, era el ingeniero de Caminos José Luis Miranda, el “topo” que el conservacionismo español, léase Suso, Félix, ADENA y la SEO, tenían en el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, dicho humorísticamente, ya que Miranda no ocultaba sus simpatías y por esas fechas intervino en el programa de Radio Nacional de España de Félix opinando sobre la necesidad de proteger la naturaleza.

Su llamada de teléfono fue contundente: “Necesito que me movilices a alguien que evite que se corten varias decenas de miles de encinas que mañana tengo que ir a marcar con el ingeniero de Iryda de Cáceres, entre Navalmoral y Coria. Ven urgentemente a mi despacho y te lo explico con más detalle”.

Al acabar la jornada en El País, me dirigí al atardecer a los edificios de Nuevos Ministerios, en el paseo de La Castellana de Madrid. Ya se había ido todo el personal y me costó trabajo encontrar el despacho del que me había dado el número, ya que no había nadie a quien preguntar. Subí y bajé, entré y salí, de unos y otros pasillos, desiertos, sin control alguno. Qué tiempos. Y eso que eran años en los que los terroristas cometían atentados todas las semanas. Al final, di con el despacho de Miranda. Allí estaba esperando, con un impresionante y gigantesco mapa hecho con un montaje de fotos aéreas a todo color colocadas sobre la mesa, que mostraban una inmensa mancha verde. “¿Sabes que son todo eso?” No estaba yo acostumbrado a ver fotos aéreas, pero dije “parece una mancha de árboles infinita salpicada de claros de pastizales”.

– “Si, son los miles de encinas que se cortarán si nadie lo impide”, dijo J.L. Miranda, (si pinchas el enlace, en su nombre, podrás oír de su propia voz la relación de lugares que iban a ser sacrificados, y alguna parte de los mismos lo ha sido) y añadió: “Necesito que se haga una acción de protesta que me permita pedir el aplazamiento y la revisión de esta decisión política, tomada por el gobierno anterior para cargarse estas dehesas y que los técnicos quieren apresurarse a ejecutar ya, antes de que alguien diga que todo esto es un disparate, un absurdo económico, y que estos regadíos nunca van a ser más rentables que la dehesa, al tener que bombear el agua con electricidad. Es, además, un atentado ecológico de unas dimensiones inconmensurables. ¿Puedes hacer algo?”

– “Claro que puedo”, le dije sin saber muy bien con quién podría contar. Mañana mismo nos encadenaremos a las encinas”.

Salí ya oscurecido del Ministerio y llamé a algunos de los que habían participado en el campamento de ocupación de Cabañeros. Al día siguiente saldríamos tres coches hacia Torrejoncillo, lugar cerca de Coria elegido para la acción de protesta. No tenía ni idea de dónde estaba y me enteré por el mapa de carreteras. Hice una nota de prensa para que al día siguiente Teresa Vicetto, se la hiciera llegar en mano a todos mis contactos de prensa, radio y televisión. Teresa llevaba el “gabinete de prensa” de Phoracantha mientras el resto nos encadenábamos. Aunque siempre había dos que no entraban en acción e iban dotados de emisoras para comunicar desde las colinas cercanas lo que pasaba con los demás, y otros varios se metían en medio de la acción disfrazados de periodistas con pegatinas de RNE, TVE (de estos últimos siempre hacían “el papel” los del GEDEB de Burgos, que tenían una cámara de vídeo profesional que daba el pego. Gracias Marcos Morrondo Ceballos y compañía, por aquellos tutes que os disteis a la carrera con aquella pesada cámara al hombro detrás de los aguerridos comandos). También había periodistas de verdad de otros medios, que cubrieron en ocasiones la información, como Cambio 16 o, en mi caso, El País, aunque uno fuera “juez y parte”. Pero a veces quedábamos aislados durante horas si no teníamos “la suerte” de que llegara la Guardia Civil a detenernos y nos llevaran al cuartelillo, ya que entonces solía ser posible despistarles unos minutos y hacer una llamada desde alguna cabina del pueblo a compañeros de prensa para ponerles al tanto de lo que estaba pasando. La detención policial era clave, ya que sin ella la noticia no tenía rango mayor y era más dificil que los medios se hicieran eco de la protesta (eran tiempos en los que desde todos los sectores se protestaba mucho y por todo, y había que competir por los titulares). Pero si no se cumplía esa posibilidad, nuestro único contacto con el mundo exterior era Teresa, que tenía la misión de contar lo que preveíamos iba a pasar, de modo que la acción no se “pasara de fecha” para los diarios (tomen nota los que quieran hacer acciones).

Al día siguiente, antes de salir para el ecotage, sonó el timbre de la puerta de casa–redacción. Era Emilio Blanco, colaborador de la revista, que venía con dos estudiantes compañeras, Sensi Valverde y Paula Valero, a comprar unos números atrasados. Me las presentó como las autoras de las fotos de un artículo que me traía Emilio sobe los musgos, ya que ambas mozas habían decidido hacerse fotógrafas de la naturaleza. Los fotógrafos eran siempre bienvenidos en los comandos de Phoracantha, ya que lo esencial de una acción no es hacerla, sino fotografiarla y comunicarla. Tras ver que expresaban su entusiasmo por la revista y por la acción de Cabañeros, les espeté: “¿Vosotros queréis hacer algo por salvar la naturaleza?”. “Claro que si”, contestaron sin saber en lo que se metían. “¿Estaríais dispuestos a veniros a hacer una acción de protesta para evitar la tala de miles de encinas? Van a venir dos coches más en unas horas para ir conmigo a Cáceres y hay plazas libres”. Por supuesto que lo estaban.

Al poco estábamos camino de Cáceres una decena de personas. Paramos en Santa Olaya y en una ferretería del pueblo compramos las cadenas y los candados. La tela de saco y dos tubos de pintura negra de spray la llevaba en el maletero, de la que había sobrado de Cabañeros. Un poco más adelante, en una gasolinera de Navalmoral de la Mata, donde habíamos quedado con Suso Garzón para que se sumara a nosotros , nos bajamos todos de los coches y allí mismo hicimos los carteles que salen en las fotos, tomando como modelo un dibujo de Pierre Deóm sacado de la revista “El Cárabo”.

Llegamos a las dehesas de Torrejoncillo y allí no se oía ruido de motosierras por ningún lado. Luego caí en que las estaban marcando sobre el mapa, no aún cortando. Pero no había manera de encontrar a los ingenieros que debían de andar por allí. En el trasiego nos salió el dueño de una de las fincas con un guarda para prohibirnos el paso, al que se le vio que estaba alertado por la radio de que unos locos andaban por la zona para encadenarse a unas encinas. Con la cámara en la mano salí del coche y le hice una foto, que salió luego publicada en Quercus, en la que se ve al hombre en actitud amenazadora. Pero le paré en seco diciéndole: “Pero qué dice usted que no podemos pasar porque es propiedad privada. ¿No ve que un comando de acción no se puede parar?”

Seguimos camino, ante los atónitos y airados ojos del señorito propietario de la finca, bajo una lluvia de improperios. Y, a falta de ingenieros del Iryda y del MOPU que fotografiar marcando encinas, nos dirigimos a los especímenes más grandes que encontramos y nos encadenamos a ellos para poder hacer la foto de al lado, que era lo importante para poder sacar la noticia en prensa, objetivo de todo ecotage, y que, en efecto, fue recogida por el diario El País, días después, como se ve en el recorte de prensa de más abajo. Aquella foto le bastó a José Luis Miranda para posponer la tala, que al final fue renegociada y hoy miles de encina deben su vida a aquella fotografía:

Cuando ya volvíamos, nos encontramos con un coche que iba renqueando perdido por una pista impracticable, Eran Paco Blanco y Santiago Hernández, de ADENEX, que enterados de la acción iban a sumarse a la columna del comando de Phoracantha. Pero el sabotaje ya se había consumado, así que nos fuimos todos a cenar y a dormir a una pensión de Coria.

La cuenta colectiva se la pasaba siempre a los fondos que tenía para hacer la revista Quercus, es decir, a mi bolsillo, en la esperanza de que los lectores reembolsaran el adelanto, como así hicieron generosamente cuando se lo pedimos desde las páginas de la revista, con amplio despliegue relatando los ecotages realizados.

Hubo algunos que llegaron a enviar donativos para las acciones de Phoracantha de hasta 100.000 pesetas (600 €), bastantes de ellos anónimos, “para que continuáramos encadenándonos”. Reproducimos la carta que acompañaba al cheque de uno de los donantes, que afirma que tenía ahorrado ese dinero para hacer un viaje de vacaciones, pero que lo da por mejor empleado en financiar la acción directa en defensa la naturaleza.

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Fue subirlos al castillo y desde allí divisar los cientos de hectáreas de tierra roja descarnada por las terrazas que llegaban hasta el embalse, para ganar aquella batalla. Por si el desastre no fuera bastante para convencerles, nuestro anfitrión Suso Garzón preparó una salida en lancha para acercarnos a los cortados más secretos, accesibles desde el agua, en los que nos quedamos atónitos viendo cientos de aves de presa y buitres sobrevolar nuestras cabezas. Quien puso la lancha, lo mismo que la casa del poblado de la presa de Torrejón donde vivía Suso, los vehículos y muchos otros recursos del MOPU, al servicio de la campaña de Suso para salvar Monfragüe, era el ingeniero de Caminos José Luis Miranda, el “topo” que el conservacionismo español, léase Suso, Félix, ADENA y la SEO, tenían en el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, dicho humorísticamente, ya que Miranda no ocultaba sus simpatías y por esas fechas intervino en el programa de Radio Nacional de España de Félix opinando sobre la necesidad de proteger la naturaleza.

Su llamada de teléfono fue contundente: “Necesito que me movilices a alguien que evite que se corten varias decenas de miles de encinas que mañana tengo que ir a marcar con el ingeniero de Iryda de Cáceres, entre Navalmoral y Coria. Ven urgentemente a mi despacho y te lo explico con más detalle”.

Al acabar la jornada en El País, me dirigí al atardecer a los edificios de Nuevos Ministerios, en el paseo de La Castellana de Madrid. Ya se había ido todo el personal y me costó trabajo encontrar el despacho del que me había dado el número, ya que no había nadie a quien preguntar. Subí y bajé, entré y salí, de unos y otros pasillos, desiertos, sin control alguno. Qué tiempos. Y eso que eran años en los que los terroristas cometían atentados todas las semanas. Al final, di con el despacho de Miranda. Allí estaba esperando, con un impresionante y gigantesco mapa hecho con un montaje de fotos aéreas a todo color colocadas sobre la mesa, que mostraban una inmensa mancha verde. “¿Sabes que son todo eso?” No estaba yo acostumbrado a ver fotos aéreas, pero dije “parece una mancha de árboles infinita salpicada de claros de pastizales”.

– “Si, son los miles de encinas que se cortarán si nadie lo impide”, dijo J.L. Miranda, (si pinchas el enlace, en su nombre, podrás oír de su propia voz la relación de lugares que iban a ser sacrificados, y alguna parte de los mismos lo ha sido) y añadió: “Necesito que se haga una acción de protesta que me permita pedir el aplazamiento y la revisión de esta decisión política, tomada por el gobierno anterior para cargarse estas dehesas y que los técnicos quieren apresurarse a ejecutar ya, antes de que alguien diga que todo esto es un disparate, un absurdo económico, y que estos regadíos nunca van a ser más rentables que la dehesa, al tener que bombear el agua con electricidad. Es, además, un atentado ecológico de unas dimensiones inconmensurables. ¿Puedes hacer algo?”

– “Claro que puedo”, le dije sin saber muy bien con quién podría contar. Mañana mismo nos encadenaremos a las encinas”.

Salí ya oscurecido del Ministerio y llamé a algunos de los que habían participado en el campamento de ocupación de Cabañeros. Al día siguiente saldríamos tres coches hacia Torrejoncillo, lugar cerca de Coria elegido para la acción de protesta. No tenía ni idea de dónde estaba y me enteré por el mapa de carreteras. Hice una nota de prensa para que al día siguiente Teresa Vicetto, se la hiciera llegar en mano a todos mis contactos de prensa, radio y televisión. Teresa llevaba el “gabinete de prensa” de Phoracantha mientras el resto nos encadenábamos. Aunque siempre había dos que no entraban en acción e iban dotados de emisoras para comunicar desde las colinas cercanas lo que pasaba con los demás, y otros varios se metían en medio de la acción disfrazados de periodistas con pegatinas de RNE, TVE (de estos últimos siempre hacían “el papel” los del GEDEB de Burgos, que tenían una cámara de vídeo profesional que daba el pego. Gracias Marcos Morrondo Ceballos y compañía, por aquellos tutes que os disteis a la carrera con aquella pesada cámara al hombro detrás de los aguerridos comandos). También había periodistas de verdad de otros medios, que cubrieron en ocasiones la información, como Cambio 16 o, en mi caso, El País, aunque uno fuera “juez y parte”. Pero a veces quedábamos aislados durante horas si no teníamos “la suerte” de que llegara la Guardia Civil a detenernos y nos llevaran al cuartelillo, ya que entonces solía ser posible despistarles unos minutos y hacer una llamada desde alguna cabina del pueblo a compañeros de prensa para ponerles al tanto de lo que estaba pasando. La detención policial era clave, ya que sin ella la noticia no tenía rango mayor y era más dificil que los medios se hicieran eco de la protesta (eran tiempos en los que desde todos los sectores se protestaba mucho y por todo, y había que competir por los titulares). Pero si no se cumplía esa posibilidad, nuestro único contacto con el mundo exterior era Teresa, que tenía la misión de contar lo que preveíamos iba a pasar, de modo que la acción no se “pasara de fecha” para los diarios (tomen nota los que quieran hacer acciones).

Al día siguiente, antes de salir para el ecotage, sonó el timbre de la puerta de casa–redacción. Era Emilio Blanco, colaborador de la revista, que venía con dos estudiantes compañeras, Sensi Valverde y Paula Valero, a comprar unos números atrasados. Me las presentó como las autoras de las fotos de un artículo que me traía Emilio sobe los musgos, ya que ambas mozas habían decidido hacerse fotógrafas de la naturaleza. Los fotógrafos eran siempre bienvenidos en los comandos de Phoracantha, ya que lo esencial de una acción no es hacerla, sino fotografiarla y comunicarla. Tras ver que expresaban su entusiasmo por la revista y por la acción de Cabañeros, les espeté: “¿Vosotros queréis hacer algo por salvar la naturaleza?”. “Claro que si”, contestaron sin saber en lo que se metían. “¿Estaríais dispuestos a veniros a hacer una acción de protesta para evitar la tala de miles de encinas? Van a venir dos coches más en unas horas para ir conmigo a Cáceres y hay plazas libres”. Por supuesto que lo estaban.

Al poco estábamos camino de Cáceres una decena de personas. Paramos en Santa Olaya y en una ferretería del pueblo compramos las cadenas y los candados. La tela de saco y dos tubos de pintura negra de spray la llevaba en el maletero, de la que había sobrado de Cabañeros. Un poco más adelante, en una gasolinera de Navalmoral de la Mata, donde habíamos quedado con Suso Garzón para que se sumara a nosotros , nos bajamos todos de los coches y allí mismo hicimos los carteles que salen en las fotos, tomando como modelo un dibujo de Pierre Deóm sacado de la revista “El Cárabo”.

Llegamos a las dehesas de Torrejoncillo y allí no se oía ruido de motosierras por ningún lado. Luego caí en que las estaban marcando sobre el mapa, no aún cortando. Pero no había manera de encontrar a los ingenieros que debían de andar por allí. En el trasiego nos salió el dueño de una de las fincas con un guarda para prohibirnos el paso, al que se le vio que estaba alertado por la radio de que unos locos andaban por la zona para encadenarse a unas encinas. Con la cámara en la mano salí del coche y le hice una foto, que salió luego publicada en Quercus, en la que se ve al hombre en actitud amenazadora. Pero le paré en seco diciéndole: “Pero qué dice usted que no podemos pasar porque es propiedad privada. ¿No ve que un comando de acción no se puede parar?”

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La cuenta colectiva se la pasaba siempre a los fondos que tenía para hacer la revista Quercus, es decir, a mi bolsillo, en la esperanza de que los lectores reembolsaran el adelanto, como así hicieron generosamente cuando se lo pedimos desde las páginas de la revista, con amplio despliegue relatando los ecotages realizados.

Hubo algunos que llegaron a enviar donativos para las acciones de Phoracantha de hasta 100.000 pesetas (600 €), bastantes de ellos anónimos, “para que continuáramos encadenándonos”. Reproducimos la carta que acompañaba al cheque de uno de los donantes, que afirma que tenía ahorrado ese dinero para hacer un viaje de vacaciones, pero que lo da por mejor empleado en financiar la acción directa en defensa la naturaleza.

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